Me llamo Rigoberta Menchú y así nació mi conciencia.
Repudio de la superioridad racial
contra los pueblos indígenas.
La historia de Rigoberta Menchú no es noticia porque dice algo que la mayoría de los indígenas del sur y centro de América dijeron antes. Su relato subraya la intolerancia que prevalece contra las comunidades indígenas, enfatizando que no es solo su vida, también es el testimonio de su gente. A medida que uno lee la historia alentadora, se detienen a hacer preguntas sobre la justificación moral para exponer a personas inocentes a tanta crueldad debido a quiénes son, así como a la cultura y tradiciones que representan. En la voz de Menchú, los derrotados pueden hablar sobre el efecto humillante de la discriminación cultural que enfrentan, los que no tienen voz encuentran su voz y los desesperados desarrollan la esperanza. Menchú es un testimonio del impacto negativo de la discriminación cultural; es testigo de la destrucción de su comunidad y su familia, pero se niega a permitir que las dolorosas experiencias le quiten la dignidad y la autoestima. Lo que Menchú hace en el texto es que se niega a dejar que los lectores se olviden de la inhumanidad impuesta a las comunidades indígenas por sus opresores, cuyo idioma aprende a usarlo en su contra. De hecho, el lenguaje es la única arma que la autora puede emplear contra los torturadores de su familia y comunidad.
Menchú habla de la opresión de su comunidad y otros grupos minoritarios para validar los sacrificios que han hecho a lo largo de su historia ante la presencia de estereotipos, castigos y tratos inhumanos por parte de los opresores. En el texto, ella permite a los lectores ver lo que mucha gente siempre ha ignorado: la difícil situación de las comunidades indígenas en manos de sus opresores. Sin embargo, a pesar de la afligida discusión, Menchú habla de la belleza de su cultura y tradición con optimismo y espera enviar un mensaje sobre la necesidad de tolerancia y conciencia cultural.
Es triste que a los 23 años la joven no pueda recordar todo lo que le pasó por las muchas experiencias traumatizantes y deshumanizadoras, ya que ella vivió muchos momentos muy malos. Como la mayoría de las niñas en Guatemala y las comunidades indígenas, Menchú no asistió a ninguna escuela, aprendió español escuchando y usa el idioma para escribir su historia para contarles a los opresores sobre el efecto de la discriminación. Los ricos emplean medios sin escrúpulos para quitarles tierras a los indígenas, incluida la familia de la niña. Ella dice que su comunidad y su familia son trabajadoras, pero los opresores lo dan por sentado: amontonan préstamos sobre la gente para quitarles sus tierras y propiedades con el pretexto de recuperar deudas. Dejar a la gente sin hogar afecta los valores familiares y la cultura porque los dispersa, y eso es lo que los opresores le hacen al pueblo de Menchú.
La cultura es una parte vital de una comunidad porque preserva sus tradiciones y normas, pero los colonialistas no permitieron que las comunidades indígenas la mantuvieran. En cambio, introdujeron el catolicismo para reemplazar las formas indígenas de oración y religión. Menchú dice sobre los católicos que no es su única religión, no es la única forma que tienen de expresarse. Los indígenas no pidieron ninguna religión ni cambio de cultura, pero los opresores lo obligaron. Todas las comunidades del mundo merecen la oportunidad de practicar sus propias creencias sin interferencias indebidas, y el hecho de que los opresores hayan impuesto su credo a los indígenas es lamentable. Es culturalmente irrespetuoso reemplazar tradiciones saludables por extranjeras en un intento por colonizar una comunidad. Menchú lamenta la arraigada tradición de cuidar a los recién nacidos en su comunidad porque la pureza con la que el niño llega al mundo está protegida durante ocho días. Los opresores reemplazaron tradiciones tan valiosas por las suyas y lastimaron a la comunidad que se enorgullecía de practicarlas.
La esclavitud, los bajos salarios de los trabajadores y la exposición de los niños a trabajos tempranos en lugar de llevarlos a la escuela implican falta de humanidad por parte de los opresores de las comunidades indígenas de América del Sur y América Central. Menchú habla seriamente sobre sus primeros días como trabajadora no remunerada en una plantación a la edad de cuatro años. Trabajaba junto a su madre, a veces recogiendo café o cuidando a su hermano pequeño, y a los ocho años comenzó a trabajar como asalariada. La moralidad de emplear a un niño tan pequeño es cuestionable porque la niña debería estar en la escuela, aprendiendo y alcanzando el conocimiento que estaban adquiriendo los hijos de los opresores. Sin embargo, no es posible porque Menchú pertenece a una comunidad indígena.
En conclusión, nada puede justificar la opresión de las comunidades indígenas en el Sur y Centroamérica. La esclavitud, los ataques culturales, el trabajo infantil y otras formas de injusticia contra Menchú y su pueblo representan una decadencia moral, falta de humanidad y el más alto nivel de impunidad por parte de los colonizadores. Los nativos merecían el respeto de los invasores; tenían derecho a practicar su cultura sin invasión y trabajar libremente en sus campos para crear riqueza. Por esta razón, surgió la necesidad de corregir los errores del pasado permitiendo que las comunidades indígenas practiquen su cultura y tengan las mismas oportunidades de crecimiento económico, político y social.
✏️ SANDRA SALGADO MENDOZA
Nueva York, 1 de marzo de 2021