LA SIESTA DEL MARTES
Gabriel García Márquez
[Descripción creativa del párroco y la hermana]
Los miró, entrecerrando los ojos, mientras dos sombras se movían hacia la estación de tren, con los ojos de la mitad del pueblo sobre sus espaldas.
"Nada que ver ahora", dijo la hermana a nadie en particular mientras entraba. Nada que ver en esta ciudad. La siesta aquí fue perpetua. Con somnolencia se cernían las calles, incluso cuando el calor se calmó.
"Era un hombre muy bueno", se burló la hermana, mientras entraba a la oficina de su hermano ahora descansado. "¿Ella tuvo el descaro de decir algo así sobre un ladrón?".
"Ella lo hizo", respondió su hermano sin entusiasmo. Era un hombre de esta ciudad, sin molestias, siempre tranquilo.
El párroco garabateó algo en su cuaderno y el sonido del bolígrafo raspando el papel irritó los oídos de la hermana. Parecía que el párroco estaba hablando con el periódico, o con cualquiera, menos con ella.
Naturalmente, ahora, todos en la ciudad discutían sobre la misteriosa mujer vestida con traje de flequillos, y su hijo, ambos extrañamente amables a pesar de su dolor, no querían seguir alimentando a los buitres con más razones para murmurar en la privacidad de sus hogares.
La hermana estaba sentada frente a su hermano, pero no tenía con quién hablar. Y no había privacidad en la casa de Dios. Tampoco había chismes.
La mujer se preguntó cómo se sentiría si estuviera en los zapatos de esa niña, con su hermano mayor muerto hace solo una semana. ¿Lloraría ella, como ese niño o no?
El párroco debe haber sentido su mirada.
Guardó el bolígrafo y una gota de tinta cayó sobre la mesa. "¿Qué es ésto?"
"Nada", dijo ella, mirándolo, pero viendo solo un nuevo lugar para limpiar.
✏️ SANDRA SALGADO MENDOZA
Nueva York, 1 de marzo de 2021