Alce la mano si usted fue a la universidad de la vida, alcela con confianza y dígame si había pupitres, pizarras, profesores, y un horario de entrada y salida.
Alce la mano si algún día le pusieron falta mientras usted aprendía a caminar tambaleando entre la esquina y el abismo, entre zaguanes y veredas, cargando suspiros y secretos por esas calles doble vía.
No baje la mano compañero, si usted no tuvo un cuaderno nuevo, y si su uniforme era un pantalón negro, hermano de las camisas gemelas mancas, una blanca muy limpita, y la otra almidonadita pues era la dominguera.
No baje la mano compañero, aunque haya violentado, ultrajado y manchado las palabras de Cervantes porque en la universidad de la vida, si usted escribiera como la academia manda, fe sin tilde, Dios con mayúscula y hambre con hache, eso no es lo importante en la vida.
Mas bien venga y dígame con confianza lo que aprendió en la universidad de la vida, dígame cómo se aprende a caminar por esas calles de noche y de día, sin ir de la mano del padre y de la madre por la vida.
Y por último compañero, siéntese aquí un ratito conmigo, aquí junto a este papel y este lápiz, y dígame ¡claritito, claritito!, cómo es que se escribe "mamá", ¡dígamelo, dígamelo!, es que yo quiero escribirle una cartita a mi madrecita, no para contarle lo duro que ha sido aprender en la universidad de la vida, sino para decirle cuanta falta me hace ir de su mano, sin miedo por la vida.
SANDRA SALGADO MENDOZA
Nueva York, 14 de diciembre de 2017.