¿Quien soy yo y de donde vengo?
Una autobiografia de fantasias
Mi nombre es Sandra Salgado Mendoza y naci en Ecuador. Soy hija de Manuela, manabita, quien recibio unicamente una educación primaria ya que su padre le dio estudios superiores solamente a los hijos varones. Mi padre, Teodoro, manaba, un autodidacta y un erudito para mi, graduado como Ingeniero Agrónomo, interesado en las lenguas extranjeras, geografía, astronomía, historia universal, medicina y con vocación innata para la enseñanza, falleció en el 2007 y es a quien idolatre más que a Dios, a Jesús y a la Virgen Maria. Tengo un único hermano, Teodoro, con quien de jovencita mi madre me enviaba a las fiestas para que me cuidara. Mi esposo Ervis, guayaquileño, a quien escogi para confiarle mis dudas, mis tristezas y mis inquietudes. Es con él con quien estoy casada desde 1998, y con quien tuve un hijo que nunca nació.
Mi infancia estuvo llena de fantasías y pobreza, viviendo frente al río, en una casa sin puertas en los dormitorios y con una letrina en el patio, cuya ventana tenia una vista hacia un potrero donde estaban las vacas, los chiqueros de los puercos y un limonal. Mi madre, quien está empezando su edad senil, me vistió con los retazos de las telas de sus clientas cuando su ocupación fue ser costurera. Vivi una vida sin muñecas, sin televisión, con planchas de carbón, pelando higuerillas, rallando yuca, dando de comer a las palomas, lavando la ropa en batea, matando y pelando gallinas y caminando sobre los tendidos de cacao. Mi escuela, cuan lejos quedaba, allá en la loma, donde nos esperaba un vaso de colada, recibiendo clases en dos jornadas, en la mañana y también en la tarde. Mis despertares empezaban con el ruido de los pasos de mi padre sobre un piso de madera que tronaba, y luego la radio con las noticias diciendo que habían mandado la encomienda con mercadería a fulano de tal, en una mula que llegaría una semana después. Yo sabía que se había terminado el día, cuando el sol se escondía y mi tío que vivía al frente apagaba la planta eléctrica a las ocho de la noche en ese pueblo llamado ¨San Isidro¨, donde se sabía que había alguien despierto porque tenían alguna vela prendida. El fin de semana, eran los días en que junto con mi hermano nadábamos en el río, en alguna poza favorita, donde el ganado y los caballos bebían agua. Subirse a los arboles a comer mango, era una de las experiencias en que se podía socializar con los niños ricos y aunque ellos tenían la piel blanca y rosada, yo siempre lucia amarillenta, talvez seria por comer mango diariamente durante el tiempo de la cosecha. El premio que me daban mis padres por buen comportamiento, era escoger el mejor mular para competir con mi hermano en una carrera, era algo así como pertenecer a la orden de los Caballeros de España. Un loro viejo, llamado Pánfilo, fue testigo de lo feliz que fui durante mi niñez.
Mi juventud avanzó llevando a cuesta mis inseguridades hacia un mundo moderno. Esto sucede cuando mis padres me envían a estudiar a una gran ciudad, Quito la capital de Ecuador, donde cursé mi educación secundaria y luego la termine en Babahoyo, mi ciudad natal. Yo, una señorita humilde, con la equivocada idea de que en este mundo solo había gente buena, me encontré ante una sociedad pudiente, donde valía más, aquel que tenía dinero, mas no conocimientos, donde estaban marcadas las clases sociales, los pobres y los ricos, los negros y los blancos y también el regionalismo. En aquella etapa de mi vida, quedé maravillada con la televisión en blanco y negro, sin siquiera pensar que algún día yo llegaría a conocer Hollywood. Extrañaba mucho a mi hermano Teodoro, no había con quien jugar al trompo, ni pelearse por el muslo en el plato del caldo de gallina, no estaba el ruido del riachuelo, ni el cantar de los pajaritos, ni mis amigos del coro de la iglesia, ni la gatita que con amor mi padre me había regalado, ni el cristo colgado sobre en el respaldar de mi cama, ni la bendición de Dios de mi madre, ni la lectura de las fábulas, ni Don Quijote de la Mancha, Romeo y Julieta, El Cid Campeador, la dinastía de los emperadores, la mitología griega y romana, las frases célebres de los filósofos y pensadores, que con voz narrativa y elocuente oratoria, mi padre le daba vida a cada personaje y también a cada poema de Bécquer, Borges, García Lorca, Benedetti, Mistral, Nervo, Neruda, Unamuno y Zorrilla.
Mi madurez de ayer, mis errores, mis aciertos, mis pasiones, mi religión, mis recuerdos, mis secretos, todo me traje a la ciudad de Nueva York en el 2001. Doce años más tarde, en esta metrópoli del mundo, decido volver a encontrarme con mi identidad nacional para cumplir un sueño, ser una escritora. Entonces, hoy he vuelto a las aulas de la universidad, donde vislumbro un camino de éxitos, para que mi lengua natal siga imperando en el mundo y no continúe el vómito de la patanería y la vulgaridad como lengua. He aquí yo, la que no tiene máscaras de lujo porque nunca olvida de dónde viene, ni hacia dónde va, y quien con su madre viva y las caricias de su esposo, trata de encontrar el encanto de esta vida.
SANDRA SALGADO MENDOZA
Nueva York, 20 de marzo de 2013