“La Celestina y los enamorados”
Pintor: Luis Paret y Alcázar
Museo del Prado
La Celestina
Fernando de Rojas
Alcahueta, prostituta y seductora
Parece mentira que la fascinante historia de La
Celestina, una obra artísticamente escrita por Fernando de Rojas, aunque de
controversial autoría, esté a punto de cumplir medio milenio y siga siendo
atractiva para el apetito intelectual de los devoradores de la literatura española.
Esta obra tan superior, quizás heredada, obligada, o encontrada al azar por los
lectores insaciables, a quienes algunos les inspiran la intención moralizadora,
y a otros, el irreversible poder de seducción que posee la vieja alcahueta
Celestina.
Las Celestinas en la
época medieval se caracterizaban por su arte de atraer a sus víctimas, la
codicia, y el arte de la seducción que utilizaba para adueñarse de anhelos
ajenos. Además, las alcahuetas eran muy locuaces, la mayoría ebrias,
generalmente viejas, ingeniosas y espabiladas, y lo que nunca faltaba es que subsistían
de ello. La Celestina de Fernando Rojas encarna la más elevada jerarquía de
perfección.
Rojas durante el
estreno del acto I de La Celestina, nos ofrece un arquetipo de
seducción, condensando todo el laberinto psicológico en un solo personaje para
adoctrinarnos a reconocer la mente y el comportamiento humano de Celestina. Esta
ha llevado una vida de prostitución, tiene aproximadamente sesenta años de
edad, y en su vivienda, Elicia y Areúsa trabajan como meretrices. A
través de Pármeno, llegamos a saber que es una mujer polifacética:
“Ella tenía
seis oficios, conviene saber: labrandera, perfumera, maestra de hacer afeites y
de hacer virgos y un poquito de hechicera” (p. 16).
Al respecto, en el
artículo “La ‘Renovación de novias’ en ‘La Celestina’ y otros
autores.”, se menciona que la destreza de restaurar virgos encuadraba en un
entorno de servidumbre, y empleando el procedimiento de labrar, vocablo que
encierra gran ambigüedad metafórica en referencia al oficio de las costureras
que ¨labran¨, es decir, recomponer la virginidad a través del zurcido, sin
dejar de prescindir la percepción contraria de deshonrarse, tener relaciones
carnales, o sencillamente prostituirse (Montero y Herrero 180).
Celestina es una mujer perspicaz y poseedora de una
inteligencia vivaz que la ha conseguido durante su vida, y a donde la citasen
va arrastrando sus faldas, pactando encuentros amorosos y recuperando
castidades en detrimento. En La Celestina, se puede percatar que la
virginidad se podía reajustar todas las veces que se quisiera, pericia
practicada para despistar a maridos desprevenidos.:
“(…) los virgos, unos hacía de vejiga y otros
curaba de punto. Tenía en un tabladillo, en una cajuela pintada, unas agujas
delgadas de pellijeros, y hilos de seda encerados y colgadas allí raíces de
hojaplasma y fuste sanguino, cebolla albarrana y cepacaballo. Hacía con esto
maravillas, que cuando vino por aquí el embajador francés, tres veces vendió
como virgen una criada que tenía” (I, 17).
En el mismo artículo anterior se alude que Pármeno
menciona una lista de aparejos que utiliza la alcahueta para hacer su oficio,
conduciendo a precisar que Celestina utilizaba dos técnicas, una de ellas,
introducir en la vagina una reducida bolsa cuyo contenido era sangre, la cual
se rompía durante la copulación, aparentando un inminente desvirgamiento, una
supuesta hemorragia, y la otra, remendar el himen con agujetas e hilos tal cual
lo haría un cirujano (Montero y Herrero 181).
Pero,
lo que realmente captura en este personaje es el poder de seducción, su
habilidad de conquista y capacidad para desplazarse cercanamente a los demás
personajes. Al tener una edad avanzada y gran experiencia congenia con todo
tipo de gente, enterándose de los distintos perfiles psíquicos e índoles
sociales.
Por otro lado, Rojas en el acto XI del libro La
Celestina es capaz de adaptar el lenguaje de la alcahueta a cada situación,
constituyendo esto como su mejor herramienta de persuasión, como se puede ver
en el fragmento cuando habla Calisto: “¡Oh joya del mundo, acorro de mis
pasiones, espejo de mi vista! El corazón se me alegra en ver esa honrada
presencia, esa noble senectud. Dime, ¿con qué vienes? ¿Qué nuevas traes? ¡Que
te veo alegre y no sé en qué está mi vida!” (p. 89). Le responde ella: “En mi
lengua” (p. 89). Y qué lengua, pieza fálica que acaricia y todo transgrede,
ejemplo captado en el capítulo de la seducción a Pármeno. Celestina con su poder de persuasión logra sola
todos sus planes para los que soliciten sus favores. Se concientiza del peligro
constante, pero se enaltece de su buena estrella:
“Por esto dicen quien las sabe las tañe, y que es
más cierto médico el experimentado que el letrado y la experiencia y
escarmiento hace los hombres arteros y la vieja, como yo, que alce sus haldas
al pasar del vado, como maestra” (p. 46).
En la tragicomedia de Rojas, capitulo VII,
Celestina considera el amor cortés una farsa, una coartada para que uno obtenga
la consumación sexual, camuflada por alocuciones y actitudes elevadas. A
ella le va bien lo tajante, sin pudores simulados, incluso porque a pesar de
sus avanzados años, sigue sintiendo pasión en sus entrañas, como cuando era
muchacha y supuestamente hermosa, y si ahora ya no puede complacer por lo menos
puede curiosear a los demás hacerlo y disfrutar con ello, como cuando persuadió
a Areúsa a entregarse a Pármeno:
“¿Qué es esto Areúsa? ¿Qué novedades son estas
extrañezas y esquividad, estas novedades y retraimiento? Parece, hija, que no
sé yo qué cosa es esto, que nunca vi estar mi hombre con mujer juntos y que
jamás pasé por ello ni gocé de lo que gozas y que no sé lo que pasan y lo que
dicen y lo que hacen. Pues aviste, de tanto que fui errada como tú y tuve
amigos” (p. 67).
Cuando le dice a Calisto que Melibea es
suya, desea verlo al anochecer, él alborozado le obsequia su cadena de
oro. Celestina sabe que el valor de esa prenda aliviará las molestias de
su vejez, ya que está consciente de que cada vez está más sola. Ella se vuelve
ambiciosa y mezquina. La joya representa su estabilidad durante un extenso
tiempo y decide no repartir con Sempronio y Pármeno la ganancia de la alhaja,
ni tampoco las cien monedas de oro que el ricachón le había gratificado
antes. Lo que ella no pudo intuir con certeza es que ambos criados
también se habían vuelto codiciosos y deseaban desatar la cadena que los tenía
cautivos de su amo.
A pesar de todo eso, la alcahueta conceptuaba
arbitrario repartir el botín con los dos criados, pues había sido gracias a su
listeza y tenacidad que la ganancia había rendido, se consideraba una abeja
desplumándose, diaria y laboriosamente, en su ocupación que consideraba
limpia. Al final, su faena más laureada resultó un escarmiento que la
llevó a la muerte. Por primera vez, Celestina no consiguió persuadir a alguien,
porque el loco amor no llega a las raleas bajas al igual que a las altas.
Probablemente, Fernando de Rojas en el acto IX,
quisiera asegurarnos que nadie puede pasar indemne a la ley de Dios, por más
ingrato que sea el rol que cada uno debe protagonizar en este mundo, por más
injusto que parezca el discernimiento humano ante tanta voracidad por el
deleite a cualquier precio, sin prudencia y sedicioso, tal vez por existir un hilo
imperceptible e insondable que nos junta a todos en una existencia, supeditado
a un precepto divino del que no podemos huir. Celestina estaba lúcida de esta
pendencia entre el bien y el mal que puede llevar al peligro de morir:
“Pero bien sé que subí para descender, florecí para
secarme, gocé para entristecerme, nací para vivir, viví para crecer, crecí para
envejecer, envejecí para morirme. Y pues esto antes de agora me consta, sufriré
con menos pena de mi mal; aunque del todo no pueda despedir el sentimiento,
como sea de carne sensible formada” (p. 81).
No obstante, no la emplea para abdicar de proseguir
o frenarse en sentimientos que considera falsos, un buen ejemplo de esa hipocresía
es la declaración del deseo, no de amor, por Calisto, de Melibea a criada, en
el acto X, es decir, la impudicia solapada de amor tierno y apacible, o la
obsesión por acaparar dinero, que ve como único medio de subsistir, y de
llevar, una existencia de placer en su vejez, pues el ser humano escudriña
fundamentalmente el placer y no el sufrimiento. A veces, se expone misógina,
que deriva de los desafíos incesantes a sus dotes como alcahueta, de la baja
posición social de la que no puede zafarse, mancillada por su estropeado pasado
de meretriz, y por reconocer su afán de igualar a todas las mujeres.
Si bien es cierto, La Celestina de Rojas no
fue escrita para ser teatralizada, pero con el pasar de los siglos, ha sido
adaptada para ópera, tesis doctoral, en las aulas, congresos, y por supuesto,
en infinidad de tablados artísticos y en diversos idiomas. En uno de los
espectáculos creados por Yannis Kokkos, la escenificación de Celestina fue
magistral, seduciendo al público en los sucesos del mundo artístico:
(...) “pelo blanco y recogido en moño, sin toca
alguna, con su cicatriz y arrugas, sus capas y mantos y faldas todo en negro
con un contraste en rojo, dominando el escenario estuviera cansada, estuviera
animada con un arte verbal y con esos 'sofisticos actos' y otros "halagos
fingidos" que hacen de Celestina una magnifica actriz” (Snow 88).
La seducción del discurso de Celestina queda
asentado una vez más a perpetuidad en las incesantes publicaciones de
escritores que se sienten embelesados con su erotismo. Su lenguaje
persuasivo, rasgo distintivo de quien domina el lenguaje del placer y sobresale
en la doctrina del pecado, está espoleado a perpetuidad en el brillante “Ensayo
psicológico de la Celestina” de J, Eugenio Garros:
"Se ha transformado en un Séneca o Plutarco singular
con faldas luengas que viene a ser la caricatura de los moralistas
profesionales. Sus discursos contienen en forma sentenciosa una filosofía
irónica y agridulce de la vida, en que todo es falso o pecaminoso. Es el
anticipo, el preludio femenino de Anatole France. Su filosofía es más deleitosa
y epicúrea que la de Montaigne. Su lenguaje es plástico sugerente, sinuoso y
dúctil¨ (p. 14).
Definitivamente, La Celestina
de Rojas es extraordinaria e irrepetible, y como fuera dicho por Cervantes:
“Libro a la vez divino y humano” (McPheeters 553), publicado en 1925 por Américo
Castro en El pensamiento de Cervantes, elevando la obra a un nivel de
divinidad y profundizando los más difíciles problemas del hombre y de la
sociedad española del siglo XV.
En suma, La Celestina de Fernando de Rojas,
encarna un compendio sobre la conducta humana, transmitida de manera didáctica,
intercalando personajes realistas, donde sobresale con excepcionalidad y
fortaleza, la alcahueta. Celestina llena toda la obra de concupiscencia,
derrocha preceptos sabios en cada participación, y funciona como una estrella
estrepitosa que libera una abundante energía manifestada en su notable e
intensa aparición. Todos estriban a su derredor mientras vive, y todos
terminan despojados cuando agoniza, buscando cualquier vestigio subsiguiente a
la hecatombe, había muerto la seducción que los hacía cohabitar a todos, y la
falacia de los principios morales. La Celestina alcahueta, la Celestina
prostituta y la Celestina seductora, personaje encarnado en la obra de Fernando
de Rojas, es para muchos de nosotros, el ápice de la literatura castellana de
la Edad Media.
Bibliografía
Garro, J. Eugenio. “Ensayo psicológico sobre
La Celestina.” Anales de La Universidad de Chile, 13, 1 enero. 1934,
p. 14, anales.uchile.cl/index.php/ANUC/article/view/26707,
10.5354/anuc.v0i13.26707. Accedido
23 mayo 2021.
McPheeters, Dean W. “El Concepto de ‘Don
Quijote’ de Fernando Rielo, lo humano y lo divino en ‘La Celestina.’” Actas
del IX Congreso Español de Estudios Clásicos, vol. I, no. 84-7882-260-7, 23
oct. 1999, p. 553. Cervantes virtual,
cvc.cervantes.es/literatura/aih/pdf/09/aih_09_1_054.pdf. Accedido 23 mayo 2021.
Montero Cartelle, Enrique, y María Cruz
Herrero Ingelmo. “La ‘Renovación de novias’ en ‘La Celestina’ y otros autores.”
Celestinesca 36, 2012, p. 180, 81. JSTOR,
www.jstor.org/stable/44282851. Accedido 23 mayo 2021.
Rojas, Fernando. La Celestina.
Versión Kindle ed., Barcelona, Círculo amigos de la historia. Clásicos
Españoles, 25 nov. 1975, p. 308. Accedido 23 mayo 2021.
Snow, Joseph T. “Pregonero.” Celestina como opera (1988); en tesis doctorales; en las aulas; en los congresos; en nuevos estudios; en las tablas., vol. 13.2, 1989, p. 88. Celestinesca, doi.org/10.7203/Celestinesca.13.19715. Accedido 23 mayo 2021.
✏️ Por: SANDRA SALGADO MENDOZA
Nueva York, 24 de mayo de 2021