lunes, 24 de octubre de 2016

El luto de un retrato.



El acecho aletargado de la gargantilla, avizoraba el luto de un retrato seductor, ardiente e insaciable.


¡Superfluos sustos! ¡No vengan a interrumpir la dulzura perfecta del luto imperioso del retrato altivo de la conciencia insensata.!
(Pintura de Pablo Picasso).





¿Qué le repugna a la conciencia? 
- Quizás las trampas de la indecencia, y quizás más veces, ver la lividez de un desprevenido renacuajo, lamiendo el estiércol en su fiesta de indecencia.
(Pintura de Pablo Picasso).



Escribo con absoluta lucidez cuando estoy castrando incongruencias.


En verdad lo que vive en mí es un elevado discurso de cordura y locura, lucidez y desconcierto infinito.


La Mona Lisa del siglo XXI quizás estará discutiendo en algún congreso de Edimburgo o Dublín,  acerca de las persecuciones, legados de subversión, o tal vez  debatiendo el elipsis de un peón de la política, que vive ásperamente confabulado en la corrupción.


Tengo un libre pensamiento sin preocupaciones antropológicas, filosóficas y ortodoxas.
(Pintura de Pablo Picasso).


Poseo un erotismo ermitaño que se arrebata ante el placer, el ardor, y el vicio de escribir sin vestiduras inmaculadas.


Dejo al descubierto, que el gallardo talento de mi dicción está obsesionado con el extasis de las tertulias de trompadas subliminales de la semántica.



Este es un monumento a la soberbia como una protesta ante las vivencias, tragedias, pérdidas, y tantas inconsistencias, patrones de conducta no reconocidos, paradigmas críticos de sexualidad, que habitan en los abismos en miniatura de las mentes perversas, egoístas que expulsan episodios de inhumanidad.


El vértigo de la memoria que camina sigilosamente en puntillas sobre el filo del abismo de la conciencia, no quiere soportar el vacío que deja el luto de un corazón que muere en soledad.


Me he ganado a pulso, a golpe de vida, cada cana, cada arruga y cada flacidez.



Es el retrato de una orfandad de elogios.
(Pintura de Oswaldo Guayasamin)



Es la tibieza de un alma tierna que susurra sollozos tristísimos de imperturbable melancolía.
(Pintura de Oswaldo Guayasamin)


Son párrafos convalecientes colgados en una galería pálida, que se desvanecen en el olvido y la penumbra.


(La fotografía de la portada es el rostro de Sandra Salgado Mendoza,
 tomada en la madrugada 
del 19 de octubre de 2016)