Hoy llegó una carta, hace mucho tiempo que no recibía una. Me has escrito diciendo, “Si no tardas, te esperaré toda la vida”. Desde las tinieblas te contesto diciendo, yo por tí, destrozaré este muro de tristeza, mis manos se llenarán de llagas, y sangrarán de dolor. Llevo prisa, quiero volver a vivir, deslumbrarme con el arcoiris, abrazar la vida, y comenzar de nuevo.
Espero no tardar mucho en llegar, quiero ver contigo las estrellas brillar. Espérame, y no dejes que el cielo se apague. No quiero que esta mortífera desdicha me arrastre a la demencia, y sus garras me lanzen al abismo de la infelicidad.
¡Qué pesar! Yo mismo construí con mis manos la dureza de esta muralla, con esta piel que se ha tornado áspera como una roca, acongojada en el silencio que sólo vive de recuerdos.
Si supieras cuán elocuentes fueron los gritos en ese silencio. Mas, al no escuchar mis suspiros, mis ilusiones maté. Al no escuchar mis latidos, mi corazón se exacerbó, y al no escuchar mis pasos, la soledad me hundió.
¡Oh! muralla silenciosa y fría, encontré solo obscuridad en mi lecho, los faros se apagaron, no hay velas encendidas, no hay luz de luna, sólo hay un sepulcro abandonado.
Mi voz se enmudeció al hablar de amor, la esperanza de amar y ser amada la perdí, la fe nunca más me visitó, la paciencia me olvidó, el coraje se rindió, la paz no me acompañó, la pasión se alejó, la fuerza se debilitó, la belleza envejeció, la libertad, mi libertad se escondió. ¡No me esperes más, tardaré mucho en llegar, la tristeza de mi muralla, no me deja escapar!
Nueva York, 6 de febrero de 2014